
Un museo recuerda Mundaneum, la iniciativa de dos pioneros belgas de recoger y relacionar la información de todos los libros publicados. JUAN MANUEL DAGANZO - Madrid - 30/05/2009
En 1968, mientras la revuelta estudiantil traía de cabeza a las autoridades de buena parte de Europa, un estudiante australiano recién licenciado descubrió un auténtico tesoro en el viejo edificio de Anatomía de la Universidad Libre, situada en el parque Leopold de Bruselas. El joven, William Boyd Rayward, estaba muy interesado por la figura de Paul Otlet , un abogado y visionario belga de principios de siglo, así que decidió acudir a la oficina donde se encontraba lo que quedaba del exhaustivo trabajo de Otlet. Allí, en una inmensa habitación llena de libros y montañas de papel cubiertas de telarañas, encontró restos de la primera pieza de lo que hoy es Internet.
El propio Otlet había escrito: "La mesa de trabajo dejará de estar llena de libros. En su lugar habrá una pantalla y un teléfono. Allá, a lo lejos, en un edificio inmenso, se almacenarán todos los libros y toda la información, y con una llamada podremos solicitar cualquier página para verla en la pantalla".
Paul Otlet es uno de los dos visionarios que, a principios del siglo XX, y cuando nadie siquiera intuía la revolución tecnológica y social que supondría Internet, pusieron en marcha una iniciativa que podría considerarse como la abuela de la Red y, particularmente, de los buscadores como Google.
Otlet conoció en 1890 al abogado y político Henri La Fontaine, también belga y posteriormente galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1913 por fomentar las buenas relaciones entre Francia y Alemania. Otlet era ambicioso. Antes de conocer a La Fontaine ya había imaginado "una máquina para el trabajo intelectual, soporte de una enciclopedia total y colectiva que refleje el pensamiento humano y la materialización gráfica de todas las ciencias y de todas las artes. Todos los pensadores de cada época colaborarían en su creación, y el resultado sería un esfuerzo intelectual conjunto".
Cuando se conocieron, ambos se propusieron poner en marcha la idea de Otlet, y hacerla aún más ambiciosa, recogiendo la información contenida en todos los libros publicados durante toda la historia, y hacerse con revistas, periódicos y fotografías que las bibliotecas desechaban.
El propio Otlet había escrito: "La mesa de trabajo dejará de estar llena de libros. En su lugar habrá una pantalla y un teléfono. Allá, a lo lejos, en un edificio inmenso, se almacenarán todos los libros y toda la información, y con una llamada podremos solicitar cualquier página para verla en la pantalla".
Paul Otlet es uno de los dos visionarios que, a principios del siglo XX, y cuando nadie siquiera intuía la revolución tecnológica y social que supondría Internet, pusieron en marcha una iniciativa que podría considerarse como la abuela de la Red y, particularmente, de los buscadores como Google.
Otlet conoció en 1890 al abogado y político Henri La Fontaine, también belga y posteriormente galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1913 por fomentar las buenas relaciones entre Francia y Alemania. Otlet era ambicioso. Antes de conocer a La Fontaine ya había imaginado "una máquina para el trabajo intelectual, soporte de una enciclopedia total y colectiva que refleje el pensamiento humano y la materialización gráfica de todas las ciencias y de todas las artes. Todos los pensadores de cada época colaborarían en su creación, y el resultado sería un esfuerzo intelectual conjunto".
Cuando se conocieron, ambos se propusieron poner en marcha la idea de Otlet, y hacerla aún más ambiciosa, recogiendo la información contenida en todos los libros publicados durante toda la historia, y hacerse con revistas, periódicos y fotografías que las bibliotecas desechaban.
Su ingente trabajo dio como resultado, en 1910, al Mundaneum. Construido en el Palais du Cinquantenaire de Bruselas, la biblioteca llegó a albergar millones de entradas, organizadas en pequeñas fichas. Otlet habló, incluso, con el arquitecto Le Corbusier en 1929 para construir un edificio gigantesco en Ginebra que nunca llegó a construirse.
Muchas de esas fichas aún se conservan hoy en el museo de Mons, una pequeña localidad belga, donde explican que las intenciones de Otlet era crear un vasto equipo de catalogadores que analizaran cada información que les llegara. "Este nuevo entorno permitirá mucho más que consultar documentos; les permitirá anotar la relación entre los elementos de los documentos para formar lo que se podría llamar un Libro Universal", escribió el investigador. (Más)
Muchas de esas fichas aún se conservan hoy en el museo de Mons, una pequeña localidad belga, donde explican que las intenciones de Otlet era crear un vasto equipo de catalogadores que analizaran cada información que les llegara. "Este nuevo entorno permitirá mucho más que consultar documentos; les permitirá anotar la relación entre los elementos de los documentos para formar lo que se podría llamar un Libro Universal", escribió el investigador. (Más)
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